Cuenta la leyenda que son siete y parecen libélulas gigantes, pues tienen largas y transparentes alas, y vuelan por los cielos nocturnos cántabros. Sus colores son rojo, blanco, azul, negro, amarillo, verde y anaranjado. Vuelan siempre juntos y el primero de ellos es el caballo rojo, el más grande y robusto, el jefe que lidera y dirige a los demás en su búsqueda. Quienes han visto a los caballucos dicen que el mismísimo diablo monta uno, y que el resto son cabalgados por demonios.
Son nefastos para los montañeses, pues se dedican a pisotear o quemar las mieses. Los caballucos se desplazan por las sendas dejando las huellas de sus cascos y las peñas y piedras que alcanzan sus pezuñas quedan marcadas como si de tierra recién labrada se tratase. Su resoplido es tan fuerte y frío como el cierzo de invierno que hace caer las hojas de los árboles. Sus ojos relumbran como brasas incandescentes.
Es tradición en Cantabria, en la mañana de San Juan, echarse al monte a buscar las flores del agua que nacen
en las fuentes y los tréboles de cuatro hojas brotados esa misma noche. Pero resulta muy difícil, ya que durante la noche los caballucos del diablo se han dedicado, pues su misión y maldad les obliga, a destruir las flores del agua y tréboles que han encontrado para evitar que los mozos y las mozas los encuentren. Si aun con todo algún afortunado encuentra la flor del agua, encontrará con ella el amor y la felicidad, mientras que quién en tal ocasión encuentre uno de estos raros tréboles, será afortunado con las cuatro gracias de la vida, una por cada hoja:
* Vivir cien años.
* No sufrir dolores en el resto de la vida.
* No pasar hambre.
* Aguantar con ánimo sereno toda contrariedad.
Las hogueras de San Juan en Cantabria perpetúan la tradición propiciatoria y purificadora. Pero el vuelo de los caballucos al resplandor de las hogueras es señal de grandes desgracias. Ni tan siquiera las bendecidas Anjanas tienen poder ante su galope y el único modo de estar a salvo es hacer siete cruces en el aire antes de que se acerquen, pero al ser tan veloces y ante la previsión de que no funcione la gente recurre a otro procedimiento útil, el llevar encima una rama de verbena o yerbuca de San Juan la hierba sagrada que espanta todo mal y que debe haberse cogido la madrugada de la noche de San Juan del año anterior.
Cuando tras una noche de tropelías sin interrupción volando y trotando por mieses, camberas y pueblos, el amanecer los sorprende sudorosos y agotados, los caballucos del diablo desaparecen hasta el año siguiente atravesando cuevas cubiertas de cuajarones de sangre. Mientras se retiran resollando y piafando caen de sus fauces unas babas, que al enfriarse en el suelo, se convierten en barras de oro.
En Cantabria, todo el mundo sabe que quien las recoge tendrá suerte y riquezas a raudales, pero tras morir su alma irá al infierno irremisiblemente. Aún así muchos ambiciosos no hacen caso a tal admonición y antes de amanecer andan con faroles buscándolas por entre las hierbas de los prados. Cuando retornan de su afanosa búsqueda, se tienen que esconder entre árboles para no ser vistos por los mozos y mozas que recorren los prados brincando y cantando:
"A quín coja la yerbuca
la mañana de San Juan,
no li dañarán culebras
ni caballucos del mal."
Texto recopilado por Eva Sinmás.
Fotos: Jam Maello.
Fuente: tradiciones populares de Cantabria.
Wikipedia.
¡Qué bonita leyenda! no la conocía, ni la tradición de recoger tréboles y flores de agua (¿se refiere a nenúfares?). Habrá que preguntar a las abuelas a ver si lo hacían. Un saludo, os dejo mi blog de la zona del valle del Rudrón: http://sanfelicesdelrudron.blogspot.com/
ResponderEliminarElisa R. Bañuelos